FCMMG 2006

La casa de la sabiduría

  En una lengua de tierra de cinco kilómetros de longitud por dos y medio de anchura, paralela al mar Mediterráneo y provista del agua dulce procedente del lago Mareotis, junto a la boca oriental del Nilo, el emperador Alejandro Magno decidió que habría de levantarse una ciudad que llevaría su nombre: Alejandría. Lo sedujo su óptima situación, ideal para ejercer como enlace entre el mundo griego y el egipcio.

  La Biblioteca de Alejandría fue seguramente un anexo al llamado Museo de la misma ciudad, una institución cuya fama en la Antigüedad ha quedado eclipsada con el paso de los siglos por la leyenda y el relumbrón del que fuera el mayor almacén de libros del mundo clásico. El Museo fue una de las iniciativas estrella de la dinastía de los tolomeos, instaurada en Egipto tras la muerte de Alejandro Magno, por uno de sus generales macedonios, Tolomeo Soter, a quien correspondió este territorio en el reparto del enorme imperio de Alejandro en el año 323 a. de C.

  Con el Museo, los tolomeos pretendían que su corte fuera objeto de admiración como gran foco intelectual. El Museo fue, en realidad, una entidad original que tomó elementos tanto de los centros atenienses como de las llamadas casas de la sabiduría mesopotámicas y de las casas de la vida egipcias. Estos lugares tenían una función educadora del pueblo. De esta manera, se pretendía cohesionar a la sociedad en torno a sus gobernantes. Los paralelismos de estos museos con los monasterios medievales son evidentes, y los especialistas consideran que el cristianismo no hizo sino reproducirlos. Por supuesto, existieron también razones más elevadas: la cultura era ya para los tiranos griegos y para los monarcas helenísticos uno de los aspectos más refinados de la existencia, privilegio de unos pocos, y gustaban de rodearse de los intelectuales y artistas, a los que protegían y permitían llevar una vida de estudio.

  La revolución cultural de los tolomeos

  Las obras que poblaron las cestas de la biblioteca (no existían anaqueles, y los rollos de papel se guardaban en ellas) versaban sobre literatura, ciencia, religión e historia. Característica común a todas ellas era el hecho de estar escritas en griego. La dinastía tolemaica, cuyos miembros eran adorados como dioses, se expresaba en su lengua materna, el griego, no en la del país que dominaba. Se iban a necesitar tres siglos desde que tomara el poder en Egipto para que una de sus representantes, Cleopatra, hablara la lengua nativa de sus súbditos. En el trasfondo de la política cultural de Tolomeo estaba, por tanto, la voluntad de equilibrar el peso de la fecunda civilización egipcia con la extensión de las letras y las ciencias griegas en todo el país.

  Entre las escasas obras escritas en otras lenguas y acogidas en la biblioteca, casi todas eran de carácter científico, procedentes del acadio y del copto, cuyos contenidos eran pirateados por los sabios griegos sin ningún tipo de respeto a lo que hoy llamamos derechos de autor. En aquellos tiempos, el concepto de autoría solo tenía importancia para las obras literarias. Es plausible, por tanto, la especulación sobre la deuda intelectual que pudieron tener los grandes sabios helenísticos con sus colegas egipcios y de otras procedencias. Sí parece, en cambio, que hubo una importante presencia de obras de otras religiones traducidas al griego. Entre ellas hay indicios de textos de Zoroastro, de narraciones sagradas judías que fueron vertidas al griego y de la propia Biblia.

  La de los tolomeos debió de ser, en cualquier caso, una dinastía muy bibliófila, con una pasión libresca que la existencia de la propia biblioteca no hizo sino acrecentar. Tolomeo III no dudó en solicitar en préstamo a los atenienses los originales de las tragedias de Esquilo, Sófocles y Eurípides para realizar una copia que permaneciera en Alejandría. Como garantía de devolución, dejó quince talentos. Sin embargo, una vez que los tuvo en su poder, prefirió perder la garantía y devolvió a los atenienses unas reproducciones de los rollos, de bella factura, eso sí, quedándose con los originales en su poder.

  La política de copia de libros para engrosar los fondos de la biblioteca llegó a tener tal importancia que se decretó un embargo sobre todos los libros que fueran hallados en los barcos amarrados en el puerto alejandrino. Estos eran llevados con rapidez a la biblioteca, donde se copiaban. A los dueños no se les devolvía el original, sino la copia. A estos manuscritos alejandrinos se los llamaba de los barcos.

  Tal actividad literaria convirtió también a Alejandría en un gran mercado de libros, y la posibilidad de rentabilizar las necesidades de la biblioteca atrajo la picaresca: se vendieron como libros antiguos rollos que habían sido artificialmente envejecidos para simular una edad que no tenían; se hicieron falsificaciones de obras muy requeridas difíciles de conseguir, y se atribuyó a autores famosos, como el propio Aristóteles, la redacción de textos que nunca habían escrito y que se vendían al amparo del prestigio de sus presuntos autores.

(Adaptado Cliorevista.com – 2005)

 


Según el texto, es CORRECTO afirmar que:

Escolha uma das alternativas.