MACKENZIE 2008

UNA REPUTACIÓN

            La cortesía no es mi fuerte. En los autobuses SUELO disimular esta carencia con la lectura o el abatimiento. Pero hoy me levanté del asiento automáticamente, ante una mujer que estaba de pie, con un vago aspecto de ÁNGEL anunciador.

            La dama beneficiada por este rasgo involuntario lo agradeció con palabras tan efusivas, que ATRAJERON la atención de dos o tres pasajeros. Poco después se desocupó el asiento inmediato, y al ofrecérmelo con leve y significativo ademán, el ángel tuvo un hermoso gesto de alivio. Me senté allí con la esperanza de que viajaríamos sin desazón alguna.

            Pero este día me estaba destinado misteriosamente. Subió al camión otra mujer sin alas aparentes. Una buena ocasión se presentaba para poner las cosas en su sitio: pero no fue aprovechada por mí. Naturalmente, yo podía permanecer sentado destruyendo así el germen de una falsa reputación. Sin embargo, débil y sintiéndome ya comprometido con mi compañera, me apresuré a levantarme ofreciendo con reverencia mi asiento a la recién llegada. Tal parece que NADIE le había hecho en toda su vida un homenaje parecido: llevó las cosas al extremo con sus turbadas palabras de reconocimiento.

            Esta vez no fueron ya dos ni tres las personas que aprobaron sonrientes mi cortesía. Por lo menos la mitad del pasaje puso los ojos en mí, como diciendo: "He aquí un caballero". Tuve la idea de abandonar el vehículo, pero la deseché inmediatamente, sometiéndome con honradez a la situación, alimentando la esperanza de que las cosas se detuvieran allí.

            Dos calles más adelante bajó un pasajero. Desde el otro extremo del autobús, una señora me designó para ocupar el asiento vacío. Lo hizo sólo con una mirada, pero tan imperiosa, que detuvo el ademán de un individuo que se me adelantaba; y tan suave, que yo atravesé el camino con paso vacilante para ocupar en aquel asiento un sitio de honor. Algunos viajeros masculinos que iban de pie sonrieron con desprecio. Yo adiviné su envidia, sus celos, su resentimiento, y me sentí un poco angustiado. Las señoras en cambio, parecían protegerme con su efusiva aprobación silenciosa.

            En esto llegamos a la esquina en que debía bajarme. Divisé mi casa como una tierra prometida. Pero no descendí. Incapaz de moverme, la arrancada del autobús me dio una idea de lo que debe ser una aventura transatlántica. Pude recobrarme rápidamente; yo no desertar así como así, defraudando a las que en mí habían depositado su seguridad, confiándome un puesto de mando. Además, debo confesar que me sentí COHIBIDO ante la idea de que mi descenso pusiera en libertad impulsos hasta entonces contenidos. Si por un lado tenía asegurada la mayoría femenina, no estaba tan seguro de mi reputación entre los hombres. Y no quise correr tal riesgo. ¿Y SI APROVECHANDO MI AUSENCIA UN RESENTIDO DABA RIENDA SUELTA A SU BAJEZA? Decidí quedarme y bajarme el último.

            Las señoras fueron bajando una a una en sus esquinas respectivas, con toda felicidad. El chofer, ¡Santo Dios! Acercaba el vehículo junto a la acera, lo detenía completamente y esperaba aquellas damas PUSIERAN los pies en tierra firme. En el último momento veía en cada rostro un gesto de simpatía, algo así como el esbozo de una despedida cariñosa.

            Descendí en una esquina desolada, casi montaraz sin pompa ni ceremonia. En mi alma había grandes reservas de heroísmo sin empleo, mientras el autobús se ALEJABA vacío de aquella asamblea dispersa y fortuita que consagró mi reputación de caballero.

Adaptado de Juan José Arreola, Confabulario personal, México

 

La secuencia correcta de los tiempos verbales "atrajeron", "pusieran" y "alejaba", destacados en el texto, es:

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