UECE 1998

            Cuando Bentos Sagrera oyó ladrar los perros, dejó el mate en el suelo, apoyando la bombilla en el 1asa de la caldera, se 2puso de pie y salió del comedor 6apurando el paso para ver quién se acercaba y tomar prontamente providencia.

            7Era la tarde, estaba oscureciendo y un gran viento soplaba del Este arrastrando grandes nubes negras y pesadas, que amenazaban tormenta. Quien a esas horas y con ese tiempo 3llegara a la estancia, indudablemente llevaría ánimo de pernoctar, cosa que Bentos Sagrera no permitía sino a determinadas personas de su   íntima relación. Por eso se apuraba, a fin de llegar a los galpones antes de que el forastero 4hubiera aflojado la cincha a su caballo, disponiéndose a desensillar. Su estancia no era posada, ¡canejo! - lo 5había dicho muchas veces; y el que llegase, que se fuera y buscase fonda, o durmiera en el campo, ¡que al fin y al cabo dormían en el campo animales suyos de más valor que la mayoría de los desocupados harapientos que 8solían caer por allí demandando albergue!

            En muchas ocasiones habíase visto en apuros, porque sus peones, más bondadosos - ¡claro, como no era de sus cueros que habían de salir los maneadores! -, permitían a algunos desensillar; y luego 9era ya mucho más difícil hacerles seguir la marcha.

            La estancia de Sagrera era uno de esos viejos establecimientos de 10origen brasileño, que abundan en la frontera y que semejan 11cárceles o fortalezas. Un largo edificio de paredes de piedras y techo de azotea; unos galpones, también de piedra, enfrente, y a los lados un alto muro con sólo una puerta pequeña dando al campo. La cocina, la despensa, el horno, los cuartos de los peones, todo estaba encerrado dentro de la muralla.

            El patrón, que era un hombre bajo y grueso, casi cuadrado, cruzó el patio 13haciendo crujir el balasto bajo sus gruesos pies, calzados con pesadas botas de becerro colorado. Abrió con precaución la puertecilla y asomó su cabeza melenuda para observar al recién llegado, 14que se debatía entre una majada de perros, los cuales, ladrando enfurecidos, le saltaban al estribo y a las 12narices y la cola del caballo, haciendo que éste, encabritado, bufara y retrocediera.

            - ¡Fuera, 17cachorros! - 15repitió varias veces el amo, hasta conseguir que los perros se fueran alejando, uno a uno, y ganaran el galpón 16gruñendo algunos, mientras otros olfateaban 18aún con desconfianza al caballero que, no del todo tranquilo, titubeaba en desmontar.

MENTON, Seymour. El Cuento Hispanoamericano. México, Fondo de Cultura Económica, 1992.

 

 La identificación del tiempo conjugado está CORRECTA en la alternativa:

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