UECE 2000

En el piso bajo de la izquierda de una humilde 1pero graciosa y limpia casa de la calle de Preciados, calle muy estrecha y retorcida en aquel entonces, vivían solas tres buenas y piadosas mujeres, que 5mucho se diferenciaban entre sí en cuanto al ser físico y estado social, puesto que éranse que se eran una señora mayor, 6viuda, de aspecto grave y distinguido; una hija suya, joven, soltera, natural de Madrid y bastante guapa, 2aunque de tipo diferente al de la madre (lo cual daba a entender que 7había salido en todo a su padre); y una doméstica, imposible de describir, sin edad, figura ni sexo determinables, bautizada, hasta cierto punto, en Modoñedo, y a la cual ya 8hemos hecho demasiado favor (9como también se lo hizo aquel señor 10cura) con 12reconocer que pertenecía a la especie humana.

La mencionada joven parecía el símbolo o representación, viva y con faldas, del sentido común: tal equilibrio había entre su hermosura y su naturalidad, entre su elegancia y sencillez, entre su gracia y modestia. Felicísimo era que pasase inadvertida por la vía pública, 14sin alborotar a los galanteadores de oficio, pero imposible que 3nadie dejara de admirarla y prenderse de sus múltiples encantos, luego que fijase en ella la atención. No era, no (o, por mejor 13decir, no quería ser) una de esas beldades llamativas aparatosas, fulminantes, que atraen todas las miradas no bien se presentan en un salón, teatro o paseo y que comprometen o 15anulan al pobrete que las acompaña, sea novio, sea marido, sea padre... Era un conjunto sabio y armónico, de perfecciones físicas y morales, cuya prodigiosa regularidad no entusiasmaba al pronto, como no entusiasman la paz ni el 11orden; o 16como acontece con los monumentos bien proporcionados, donde nada nos choca ni maravilla hasta que formamos juicio de que, si todo resulta llano, fácil y natural, consiste en que todo es igualmente bello. Dijérase que aquella diosa honrada de la clase media había estudiado su modo de vestirse, de peinarse, de mirar, de moverse, de conllevar, en fin, los tesoros de su espléndida juventud en tal forma y manera, que no se la creyese pagada de sí misma, ni presuntuosa ni incitante, 4sino muy diferente de las deidades por casar que hacen feria de sus hechizos...

 ALARCÓN, Pedro Antonio. El Capitán Veneno. Madrid, Alianza, 1997. Texto adaptado.

 

Las voces "había salido" (ref. 7) y "hemos hecho" (ref. 8) son, respectivamente, de los tiempos compuestos referidos a continuación:

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