UECE 2007

            Poco antes del amanecer, Kate despertó sobresaltada, porque 1creyó haber oído un ruido muy cercano. "Debo haberlo soñado", murmuró, dando media vuelta en su litera. Trató de calcular cuánto rato había dormido. Imaginó que había tenido una pesadilla. Le crujían los huesos, le dolían los músculos, le daban calambres. Le pesaban sus sesenta y siete años bien vividos; tenía el esqueleto aporreado por el 5viaje. "Estoy muy vieja para este estilo de vida...", pensó por primera vez la escritora, 6pero enseguida se retractó, convencida de que no valía la pena vivir de ninguna otra manera. Sufría más por la inmovilidad de la noche que por la fatiga del día; las horas dentro de la tienda pasaban con una lentitud agobiante. En ese instante volvió a percibir el ruido que la había despertado. No pudo identificarlo, pero le parecieron rascaduras o arañazos.

            Las últimas brumas del sueño se disiparon por completo y Kate se irguió en la litera, con la garganta seca y el corazón agitado. No había duda; algo había allí, muy cerca, separado apenas por la tela de la carpa. Con mucho cuidado, para no hacer ruido, tanteó en la oscuridad buscando la linterna, que siempre dejaba cerca. 2Cuando la tuvo entre los dedos se dio cuenta de que transpiraba de miedo, no pudo activarla con las manos húmedas. Iba a intentarlo de nuevo, cuando oyó la voz de Nadia, quien compartía la carpa con ella.

            - Chiss, Kate, no enciendas la luz... - susurró la chica.

            - ¿Qué pasa?

            - Son leones, no lo asustes - dijo Nadia.

            A la escritora se le cayó la linterna de la mano. Sintió que los huesos se le ponían blandos como budín y un grito visceral se le quedó atravesado en la boca. 3Un solo arañazo de las garras de un león rasgaría la delgada tela de nylon y el felino les caería encima. No sería la primera vez que un turista moría así en un safari. Durante las excursiones había visto leones de tan cerca que 4pudo contarles los dientes; decidió que no le gustaría sufrirlos en carne propia. Pasó fugazmente por su mente la imagen de los primeros cristianos en el coliseo romano, condenados a morir devorados por esas fieras. El sudor le corría por la cara mientras buscaba la linterna en el suelo, enredada en la red del mosquitero que protegía su catre. Oyó un ronroneo de gato grande y nuevos arañazos.

ALLENDE, Isabel, Bosque de los Pigmenos, Debolsillo, Buenos Aires, 2006, pp. 36-37. Texto adaptado.

 

Así como el sustantivo "viaje" (ref. 5), divergen del portugués en el género.

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