UEG 2004

En El Darién

La señora Nora Elena es mucho más pequeñita que ese nombre sonoro que la adorna, y además, tan delgada que no sé de dónde saca fuerzas para tener en sus brazos filiformes al último de sus hijos mientras conversamos en la minúscula aldea de Yape, perdida en las selvas panameñas del Darién. Cae un sol de plomo y yo sudo por todos los poros, pero ella, que ha sobrevivido a tantas pruebas, no siente calor ni se inmuta con el revoloteo y los chillidos de sus siete hijos que corren y saltan a nuestro rededor y estremecen la frágil vivienda de cañas y techo de palma, montada sobre pilotes, donde se apiña la familia. Doña Nora ha perdido casi todos los dientes y muchas cosas más, pero no la energía ni esas ganas de vivir que, de tanto en tanto, iluminan su cara con una gran sonrisa.

Ella no es de aquí, sino de Unguía, en el Chocó, la región colombiana que colinda con Panamá. Doña Nora y su marido, José Ignacio, tenían allí una pequeña finca y, como eran serviciales y les gustaba ayudar a la gente de las veredas, a él las autoridades lo hicieron promotor, y, luego de adiestrarlo, le confiaron el centro de salud. En 1996 empezaron a desaparecer personas en el pueblo y alrededores y a morir otras, a veces luego de atroces torturas. “Hasta les abrían los vientres a las embarazadas y les sacaban los fetos”, se santigua. ¿Eran guerrilleros de las FARC o paramilitares los asesinos? “Hombres armados, no sé más” (todos los refugiados colombianos con los que hablo en el Darién se niegan a identificar a los victimarios de los que han huido). Entonces, Nora, Ignacio y sus cinco hijos abandonaron todo lo que tenían en Unguía y se lanzaron a caminar por la tupida selva y, luego de mil y una aventuras, entraron clandestinamente a Panamá, donde se instalaron en esta aldea de Yape, en la que los habían precedido ya muchos colombianos procedentes de distintas aldeas y veredas del Chocó, ahuyentados también por las carnicerías. [...]

A los pocos meses de estar Nora, Ignacio y su familia instalados en Yape, en junio de 1997, un destacamento de hombres armados procedentes de Colombia ocupó el pueblo. Pese a los llantos de doña Nora y sus hijos, se llevaron a Ignacio. Su cadáver, decapitado y con las manos cercenadas, fue encontrado días después en el bosque. En la pizarra de la escuela los asesinos dejaron una inscripción explicando que así “morían los sapos” (delatores). Doña Nora no se dejó abatir por la tragedia y, compensando su mínima fortaleza física con la prodigiosa energía que la anima, trabajó la tierra e “hizo comercio” para sacar adelante a sus cinco hijos. Y, al cabo del tiempo, maridó con un nuevo señor, un panameño de la zona, con el que ha tenido estos dos últimos niños que se disputan ahora su regazo. Cuando le pregunto si cree que alguna vez volverá a vivir en su tierra natal de Unguía, se levanta en sus ojitos una niebla triste y escéptica. [...]

VARGAS LLOSA, Mario. En el Darién. El País, Madri, 4 abr. 2004. p. 11. [Excerto].

 

O tema principal da narrativa, na crônica de Vargas Llosa, é

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