UERJ 2012

Eva Perón, según su séquito íntimo

 

Mientras el café ayuda a disipar la temperatura de un atardecer glacial, Francisco Ernesto Molina, chofer particular de Eva Perón, toma la iniciativa del relato:

− Yo fui el chofer de la señora Evita − aclara. El trato de la señora era algo extraordinario. Les diré que era una persona de carácter, muy dura cuando debía serlo, pero con nosotros, con su personal, el trato era siempre cariñoso. El día de trabajo de la señora − rememora Molina − comenzaba muy temprano. Nosotros tomábamos servicio a las 8 de la mañana. A esa hora, mientras el peluquero la peinaba, ella ya atendía a la gente humilde que llegaba con algún pedido.

Molina menciona cierta ocasión en que habían salido muy temprano de la residencia:

− Le pregunté: “¿Adónde vamos?”. “A la boîte*”, me contestó seria. Yo la miré por el espejo, perplejo. “Sí, sí, a la boîte, al Ministerio de Trabajo y Previsión, porque ahí los hago bailar a todos”. Jamás nos llamaba por el nombre, siempre era: “Hijo, vamos a tal lado”. De todas formas, por la señora sentíamos un afecto especial. Teníamos por ella un gran fanatismo porque veíamos cómo se sacrificaba. La señora quemó su vida, la quiso quemar. Pero la quiso quemar por el general (Perón). Un día − recuerda el chofer − la señora subió al vehículo muy nerviosa, conversando con un funcionario de Cancillería. “Esto no se hace así”, le decía enojada, “esto debe hacerse en esta forma”. Entonces, como observé que había un clima difícil, levanté el vidrio de la visión para que le pudiera decir todo lo que quisiera y yo no tuviera que oírlo. Pero ella enseguida, de su lado, lo volvió a bajar. Cada vez que tenía que llamarle la atención a alguno bajaba el vidrio y los hacía pasar vergüenza delante nuestro. Tenía eso la señora. A la hija del ministro Oscar Nicolini, Irma, le hizo saludarnos especialmente porque previamente nos había ignorado al llegar. Eso no quiere decir que a veces no nos diera un tirón de orejas porque íbamos muy ligero o por algún otro motivo.

Molina recuerda de un crudo invierno a comienzos de la década del cincuenta. En aquel entonces, en Plaza de Mayo y Reconquista, estaban todas las paradas de los colectivos:

− Cuando pasamos por el lugar con Evita − señala − , ella empezó a decir: “Ay, pobrecita esa gente, con el frío que hace. Cuando me dejen a mí, vengan a buscar a estas personas y las lleven a su casa. Y que esto mismo lo hagan todos los otros funcionarios que vayan llegando, como orden del día”. Así que una vez que dejamos a Evita, fuimos a invitar a los que hacían la cola del colectivo a subir al automóvil oficial. Una señora del grupo no quería subir. Le explicamos que era el coche de la señora y que un rato antes, al pasar, ella misma la había saludado. Les dijimos que teníamos la orden de llevarlos a su casa porque era un día muy frío. Finalmente subió y la trasladamos hasta Villa Lugano. Esa gente, cuando se bajó en Lugano, nos besaba el coche por todos lados.

Molina asegura:

− La señora no tenía “noches de gala”. Todos los días se terminaba acostando a las 3 de la mañana, pero porque se quedaba trabajando en su oficina. Eran las tres y media de la mañana y todavía estaba ahí, atendiendo gente. Ella ni salía a almorzar. Trabajaba desde las 8 de la mañana hasta las 3 de la mañana del día siguiente. Dormía poco. Una hora o dos horas, a lo sumo. Quizás ella se sentía ya enferma y quería darlo todo.

Los relatos se superponen y la memoria domina. Eva Perón no es una figura de manual de historia, sino una mujer de carne y hueso.

Semejante devoción sorprende en una época tan fría y tan carente de devociones como ésta.

ERNESTO CASTRILLÓN Y LUIS CASABAL
www.lanacion.com.ar
*boîte - casa nocturna donde se baila al son de música

 

 

Evita mantenía una relación respetuosa mutua con los trabajadores a su servicio. A los demás, les exigía que procedieran del mismo modo.
Se observa tal exigencia en el siguiente fragmento:

Escolha uma das alternativas.