UNIPAM 2015

Bauman y la sociedad líquida

 

Ziygmunt Bauman, premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades 2010 (junto a Alain Touraine), nació en 1925 en Poznan, Polonia. Sociólogo, filósofo y ensayista, su investigación, entre otras cosas enfocada en la modernidad, le ha llevado a definir la forma habitual de vivir en nuestras sociedades modernas contemporáneas como “la vida líquida”.

Esta vida está caracterizada por no mantener un rumbo determinado, pues al ser líquida no mantiene mucho tiempo la misma forma. Y ello hace que nuestras vidas se definan por la precariedad y la incertidumbre. Así, nuestra principal preocupación es no perder el tren de la actualización ante los rápidos cambios que se producen en nuestro alrededor y no quedar aparcados por obsoletos.

En su libro La vida líquida, el diagnóstico sobre la sociedad de consumo en la que vivimos es demoledor por certero y al mismo tiempo conmovedor.

Bauman define la sociedad moderna líquida como aquella sociedad donde las condiciones de actuación de sus miembros cambian antes de que las formas puedan consolidarse en unos hábitos y en una rutina determinada. Esto, evidentemente, tiene sus consecuencias sobre los individuos porque los logros individuales no pueden solidificarse en algo duradero, los activos se convierten en pasivos, las capacidades en discapacidades, en un abrir y cerrar de ojos.

Por tanto, los triunfadores en esta sociedad son las personas ágiles, ligeras y volátiles como el comercio y las finanzas. Personas hedonistas y egoístas, que ven la novedad como una buena noticia, la precariedad como un valor, la inestabilidad como un ímpetu y lo híbrido como una riqueza.

En esta sociedad, el nuevo modelo de héroe es el triunfador que aspira a la fama, al poder y al dinero, por encima de todo, sin importarle a quién se lleva por delante.

Esto coincide con la definición de “hombre light” de Enrique Rojas, definido con cuatro características: hedonismo, entronización del placer; consumismo, acumulación de bienes: se es por lo que se tiene y no por lo que se es; permisividad, todo vale; y por último, relativismo, donde nada es bueno ni malo y, en última instancia, todo depende del pensamiento de cada uno.

La vida líquida asigna al mundo y a las cosas, animales y personas la categoría de objetos de consumo, objetos que pierden su utilidad en el mismo momento de ser usados. Esos objetos de consumo tienen una esperanza limitada y, cuando sobrepasan este límite, dejan de ser aptos para el consumo, se convierten en objetos inútiles. Las personas, también somos objetos de consumo: pensemos en el trato que nuestra sociedad da a nuestros mayores o en las industrias del sexo. En una sociedad así, la lealtad y el compromiso son motivos de vergüenza más que de orgullo porque son valores duraderos.

Entonces, ¿cómo es el individuo que vive en esta sociedad de vida líquida? Zygmunt Bauman nos dice que es un individuo asediado porque busca su individualidad, singularidad y aquí viene la gran contradicción.

La autenticidad, la individualidad, la singularidad en una sociedad moderna líquida es ser como todos los del grupo, ¡una auténtica y gran contradicción! Es decir, los individuos han de ser asombrosamente parecidos, deben seguir una misma estrategia vital y usar señas compartidas, reconocibles e inteligibles por el resto del grupo (las marcas de consumo, el comportamiento, las modas, el gusto por el arte…).

La sociedad obliga a ser únicos, pero ella misma da las pautas para conseguirlo. Para satisfacer esa necesidad de individualidad, nada de buscar en nuestro interior: la autenticidad se encuentra bebiendo un determinado producto, llevando una marca de ropa interior, hablando con un determinado móvil, conduciendo un determinado coche… Todos llevan o quieren llevar las mismas marcas, van o quieren ir de vacaciones a los sitios que se han puesto de moda, leen los mismos best sellers… y todos se creen singulares. ¡Increíble!

Como dice Bauman, la lucha por la singularidad se ha convertido en el principal motor, tanto de la producción en masa como del consumo en masa. Todos son singulares utilizando las mismas marcas y aparatos, y serán más o menos singulares dependiendo de la capacidad de compra y actualización de los objetos, y ésto, evidentemente, requiere dinero.

La búsqueda de esta singularidad se ha convertido en una carrera de consumo donde hay unos pocos ganadores y muchos perdedores. Esto ha provocado la consiguiente polarización no tan solo de las sociedades, sino del planeta. Está claro que cuánto más grande es la calidad de vida de una ciudad mayor es su huella ecológica.

Esta modernidad líquida hace surgir el individuo asediado, que Bauman lo define como homo eligens, hombre elector (que no hemos de confundir con el ser humano que realmente elige). El homo eligens es un yo completamente incompleto, definidamente indefinido, auténticamente inauténtico. El homo eligens y el mercado de consumo conviven en perfecta simbiosis. El mercado no sobreviviría si el homo eligens o consumidor no se apegara a las cosas.

La sociedad moderna líquida es artificial, poco tiene de humana porque precisamente no mantiene los valores humanos atemporales, sino los materiales. Nos hace creer que nos lo da todo a cambio de nada, cosa que no es cierta. El precio que se paga por ello es convertirse en ese humano asediado o ese hombre “light” que simplemente escoge egoístamente lo que más le conviene o gusta en cada momento.

(Adaptado de:.)

 

De acuerdo con Bauman, la sociedad líquida

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