UPE 2011

Nadando con 'golfinhos' en Fernando de Noronha

Francisco López-Seivane – 21/02/2011

En Fernando de Noronha no hay grandes hoteles ni apartamentos. Las playas paradisíacas que la orlan están permanentemente semidesiertas. Por las noches, de diciembre a mayo, las inmensas tortugas verdes salen del mar a poner sus huevos. Por el día, cientos de delfines rotadores entran en la Bahía de los Golfinhos y nadan con los escasos bañistas. La isla posee leyes que limitan la entrada de turistas y gravan su permanencia con una ecotasa diaria, de tal manera que nadie pueda quedarse demasiado tiempo en el paraíso, a excepción, claro está, de sus 2.700 habitantes fijos.

Sí, se trata de un paraíso al que sólo entran los justos; las autoridades del estado de Pernambuco lo tienen muy claro: ciento ochenta mortales diarios, ni uno más. Hasta hace bien poco sólo tenían acceso sesenta afortunados que reservaban con antelación sus plazas en los dos únicos avioncitos que llegaban diariamente a la isla desde Recife y Natal. Hoy sigue habiendo un vuelo diario desde cada ciudad, aunque los aviones son un poco mayores. Muy poco todavía para un destino con el que sueñan millones de ecologistas y amantes de la naturaleza de todo el mundo. Pero el problema es insoluble: la capacidad de la isla para absorber una población flotante se limita a quinientas plazas.

¿Qué tiene de especial este archipiélago de diminutos islotes perdidos en medio del Atlántico? Posiblemente nada, excepto el grado de preservación de su naturaleza y sus aguas. En pocos lugares del mundo las cosas son tan idénticas al pasado como aquí. Nadie puede evitar la nostalgia de unas aguas puras, de unos paisajes incontaminados, de unas playas limpias y solitarias, de unas edificaciones sencillas, perdidas entre el verde esplendoroso, de unos senderos de tierra que se recorren pausadamente... Fernando de Noronha, con sus veinticinco islas deshabitadas, encarna el sueño secreto e imposible de muchos urbanitas1 estresados y divorciados del silencio para siempre. También es un símbolo del ecologismo y un paraíso submarino para buceadores de los cinco continentes.

La única carretera asfaltada va desde la playa del Sudeste hasta el diminuto puerto, en el otro extremo de la isla y no tiene más de cuatro kilómetros de longitud. El método de transporte más habitual es el coche de San Fernando (un rato a pie y otro andando), aunque también se pueden alquilar pequeñas motos y buguis. El terreno es irregular y elevado, de manera que cada vez que uno se acerca al mar se encuentra con magníficas atalayas y miradores sobre las playas, a las que no siempre resulta fácil acceder. A una de las más hermosas, la bahía de Sancho, solo se puede llegar por una estrecha chimenea vertical donde se ha instalado una escalera fija de hierro que pocos se animan a descender.

Apenas existen núcleos de población. Las viviendas están diseminadas por el paisaje, asomándose al mar desde lugares estratégicos o buscando el resguardo de las vaguadas. Todas son construcciones sencillas de una sola planta, la mayoría dedicadas a albergar turistas. Muy cerca de los galpones de la antigua Base Norteamericana, hay un Centro de Visitantes, un ágora cultural donde diariamente se imparte doctrina ecologista y se proyectan diapositivas sobre las aves, los delfines, la fauna y la flora de la isla.

La temporada alta se sitúa entre diciembre y marzo. En esa época es muy difícil conseguir plazas, a menos que se reserve con gran antelación. Pero Fernando de Noronha es quizá más atractiva cuanto más tranquila esté.

1 Persona que vive en una ciudad.

Disponível em: el mundo.es (Adaptado). Acesso em: 30/06/2011.

 

¿Qué quiere decir el texto cuando advierte que es Fernando de Noronha “un paraíso al que sólo entran los justos”?

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