UECE 2004

            Algo había cambiado en mi madre que me 6impidió reconocerla a primera vista. Tenía cuarenta y cinco años. Sumando sus once partos, había pasado casi diez años 1encinta. Había encanecido por completo antes de tiempo, los ojos se le veían más grandes y atónitos detrás de sus lentes bifocales, y guardaba un luto cerrado y serio por la muerte de su padre, 2pero conservaba todavía la belleza romana de su retrato de bodas, ahora dignificada por un aura otoñal. Antes de nada, aun antes de abrazarme, me dijo con su estilo ceremonial de costumbre:        

            - Vengo a pedirte el favor de que me acompañes a vender la casa.                 

            No tuvo que decirme cuál, ni dónde, porque para nosotros sólo existía una en el mundo: la vieja casa de los abuelos de Aracataca, donde tuve la buena suerte de 3nacer y donde no volví a vivir 7después de los ocho años. Acababa de abandonar la facultad de derecho al cabo de seis semestres, dedicados 8más que nada a leer lo que me cayera en las manos y recitar de memoria la 9poesía irrepetible del Siglo de Oro español.                       

            Ni mi madre ni yo, 4por supuesto, hubiéramos podido imaginar siquiera que aquel cándido paseo de 5sólo dos días iba a ser tan determinante para mí, que la más larga y diligente de las vidas no me alcanzaría para acabar de contarlo. Ahora, con más de setenta y cinco años bien medidos, sé que fue la decisión más importante de cuantas tuve que tomar en mi carrera de escritor. Es decir: en toda mi vida.

 Márquez, Gabriel García. Vivir para Contarla. México: Editorial Diana, 2002, pp. 9-11. Texto adaptado.

 

El verbo "nacer" (ref. 3), de irregularidad común de la tercera clase, conjugado en la primera persona singular del presente de indicativo:

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