UDESC 2011

1Sonreí. Si algo tenía que reconocerle a mi buen amigo Diego Marlasca era el sentido del humor y el gusto por las sorpresas. Me dije que no debía de 2extrañarme que, en su celo, se hubiese adelantado a las circunstancias y me hubiera preparado una sentida despedida. Me arrodillé frente a la lápida y acaricié mi nombre. Pasos leves y pausados se escuchaban a mi espalda. Me volví para descubrir un 3rostro familiar. El niño vestía el mismo 4traje negro que llevaba cuando me había seguido semanas atrás en el paseo del Born. La señora le verá ahora-dijo. Asentí y me incorporé. El niño me ofreció su mano y la tomé. – No tenga miedo- dijo guiándome hacia la salida. – No lo tengo-murmuré. El niño me condujo hacia el final del callejón. Desde allí podía adivinarse la línea de la playa, que quedaba oculta tras una hilera de almacenes dilapidados y restos de un tren de carga abandonado en una vía muerta cubierta por la maleza.Los vagones estaban carcomidos por la herrumbre y la locomotora había quedado reducida a un esqueleto de calderas y rieles esperando el desguace.

(Carlos Ruiz Zafón. El juego del ángel.Editorial Planeta, 2008.)

 

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